Whisky es el lento y detallado
seguimiento de las rutinas y repeticiones de Jacobo Köller. El film se inicia
con su viaje en la penumbra de la madrugada para desayunar, la llegada a la
fábrica, el encendido de las viejas máquinas, el ritual del mate, el arreglo
infructuoso de la persiana. Jacobo es dueño de una pequeña fábrica de medias
heredada de su padre y consume sus últimos años en ese espacio reducido, desordenado
y obsolescente. Esa rutina tendrá su tiempo suspendido con la llegada de Herman,
el hermano menor, para la celebración del Yurtzait, ritual
judío que conmemora el fallecimiento de la madre.
La llegada de Herman
altera la monotonía de la vida de Jacobo. Desde el inicio tiene que crear una imagen de sí
para este otro que invade su espacio de repeticiones. Jacobo decide inventarse un
matrimonio con Marta, su empleada de confianza. El sentido de este se puede entender como Jacobo sintiendo la obligación de proyectar una imagen
acorde con el ciclo vital hegemónico: estudiar, trabajar, casarse, criar a los
hijos, etc.; o no quiere proyectar ante el hermano exitoso una imagen más
decadente de la que ya proyectaría sin pareja: “sin plata, viejo, pero no
totalmente solitario”. El título guarda íntima relación con esa actitud. Whisky es esa mueca que
finge un estado de ánimo opuesto al que se experimenta en el fuero más íntimo:
la risa, la felicidad como careta ante la realidad.
La visita de Herman se dilatará unos días más al
proponerles a Jacobo y Marta un viaje a Pirápolis. Ya en el espacio del hotel y
el mar, totalmente diferente al de la fábrica, el film nos seguirá mostrando
ese malestar que acompaña a Jacobo, esa incapacidad para disfrutar. No es
exagerado afirmar que Jacobo ya está bastante muerto en vida. A pesar de ese
estado todavía puede haber alguien interesadas en él, como Marta. Esta mujer, también
solitaria, está dispuesta a tener una relación con su empleador, pero el que no
se atreve es él. Marta es complaciente con Jacobo. Hay una relación vertical
entre ambos, él es el jefe distante y poco comunicativo que solo ordena y deja
en el aire las propuestas y sugerencias de Marta, pensemos en la persona que le
recomienda para arreglar las persianas y a Jacobo respondiendo solo con un
gruñido. Tampoco hay la más mínima consideración y un interés más profundo, la
escena en que Jacobo sale de la habitación y apaga la luz estando Marta dentro
de ella.
Además, el viaje será el marco preciso para conocer más
de Herman, que se nos presenta como la antítesis de Jacobo: tiene familia, su
empresa es próspera -sus medias son más coloridas-, es más encantador, canta y
no vive en el Uruguay. Herman puede ser definido como un hombre vital. Por el
contrario, Jacobo es un ser solitario que no intenta cambiar su estado: no
arregla la persiana, no cambia las maquinas de su empresa, no compra otro
carro. Gruñón, malhumorado, amargado, pero quizá cómodo en ese estado de
constante repetición solo parece reanimarse un poco al ver un partido de
fútbol.
Durante el viaje también habrá una mayor empatía entre
Herman y Martha. Ante la figura diametralmente distinta del hermano menor, Marta
se verá deslumbrada y comenzará a vivir su triángulo ficticio de amor; aquello
que solo contemplaba en el cine o en las telenovelas brasileñas. Una de las
escenas más sugerentes y que nos permiten especular en múltiples direcciones es
la escena en la que Marta va a la habitación de Herman, luego de la velada en
la que él canta una canción de Leonardo Favio, y este le pide que se siente su
costado, en la cama. Si asumimos la posibilidad de un encuentro sexual,
estaríamos una vez más ante la imposición de la figura de Herman sobre su
hermano mayor. Y se marca una vez más una línea divisoria entre ambos, entre el
que actúa y el que repite compulsivamente y se niega posibilidades.
Pero Jacobo también tiene su pequeña victoria al apostar
el dinero que Herman le dio a modo de retribución por todos los años que se
hizo cargo de la madre anciana y enferma. Precisamente, no son los lazos de
afecto y cariño los que convocan a estos hermanos sino la madre muerta, las raíces
de la familia. Además, les recuerda que ambos construyeron su destino a partir
de la decisión de quedarse en el círculo familiar o trascenderlo. Herman al
distanciarse y diferenciarse de la familia pudo alcanzar una mejor posición en
la vida. Jacobo no rompió con el vínculo materno, ha permanecido en casa toda su
vida, la madre vino a ocupar el espacio que debió ocupar otra mujer. Jacobo se
quedó en Uruguay. Se estancó y no creció. Siempre fue el hijo de su madre.
En el final, la fría pero cuantiosa retribución monetaria
que le dará Jacobo a Marta por fingir ser su esposa; parece ser el punto que
colmará la espera de Marta. La rutina vuelve, Jacobo en la fábrica, pero Marta
no aparecerá en esa última escena. Si seguimos el devenir narrativo podemos
presagiar que Marta no solo faltará ese día sino también los demás, y que
Jacobo no hará nada por saber de ella y retenerla a su lado.
Si en 25 watts, Rebella
y Stoll mostraban a personajes jóvenes náufragos en sus veintes, en Whisky tenemos a adultos o ya ancianos
(Jacobo), pero con el mismo espíritu de apatía, desidia y acaso de profunda
depresión. En ambas películas el malestar sigue siendo el mismo. Pero la
diferencia entre una y otra es que Whisky
encuentra su mayor logro en la forma de su narración, en lo apenas sugerido o
no dicho que crea una densa capa de significados acerca del devenir y actuar de
los personajes.
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