martes, 6 de septiembre de 2011

Limitless o las pastillas del mundo contemporáneo


Eddie Morra (Bradley Cooper) es un joven escritor carente de dinero, fama y, sobre todo, creatividad, no ha podido rasgar ni una sola línea de su soñada novela sobre un mundo utópico. Su situación parece llegar a un límite cuando su novia Lindy (Abbie Cornish) decide dejarlo. Una situación azarosa lo reencuentra con su ex cuñado (dealer) que le ofrecerá una droga de diseño llamada NZT. A través de ella, Eddie potencia su estado de conciencia y sus habilidades cognitivas, experimenta una creatividad desbordada y un vigor físico casi inagotable. Ahora su mundo es colorido, como un eterno verano tropical, a nivel formal el film cambia la fotografía gris del principio por intensos amarillos que hacen más claro, intenso y cálido el mundo.
El saberse capaz de alcanzar cualquier meta hace que abandone su carrera de escritor y codicie alcanzar el éxito en espacios más hegemónicos y encumbrados, primero en la economía y luego en la política. La película se concentrará en su meteórica carrera como especulador financiero en Wall Street y la relación laboral que entabla con Carl Van Loon (Robert De Niro), dueño de una importante corporación. Ahora con dinero, fama, novia devuelta y nuevo look yupie las complicaciones empezarán cuando, de un lado la NZT se le empiece a terminar (la abstinencia puede producir la muerte o una atrofia total); y de otro lado, aparecerán acechadores que codician su preciado secreto para el éxito.
Precisamente, la “trampa” de la película está en la narrativa del éxito que nos invita a imaginar; en la posibilidad de que una pastilla pueda darnos el empuje para alcanzar todas las potencialidades y más sin un mínimo esfuerzo, sacrificio o proceso de maduración natural, de ensayo y error. Todo instantáneo, artificial (artificio de la pastilla), casi sin dolor y con mucho goce. Esa narrativa tan presente en el mundo contemporáneo –solo basta con ver la publicidad de mágicas cremas reductoras para tener un cuerpo fitness–, es imaginada en la película en su máxima expresión: llegar a ser el dueño del mundo, eso busca Eddie, con una tableta diaria.
A través de la NZT el mundo no tiene límites y las responsabilidades y deberes con el resto tampoco. El final victorioso del héroe, y sin caer en un sermón pastoral, deja abierta la posibilidad de tener como modelo a este modelo individualista en extremo. En el horizonte de Eddie, a pesar de sus intereses políticos, no se vislumbra el deber comunitario, como acaso puede encarnar Neo en Matrix. Su mundo es él y sus deseos de poder megalómanos, como su aspiración de ser presidente algún día. Parece que la pastilla no la eligió él sino al revés.
Eddie es Él y su relación instrumental y pragmática con el afuera. Paradójicamente, la capacidad de amplitud de conciencia lo lanza en esa dirección, Eddie nunca mira hacia dentro, no hurga en sus emociones, en su memoria o en su pasado (a no ser con un fin práctico de aprender una habilidad); no hay una búsqueda más profunda, él solo actúa: correo, salta (desde un acantilado), toca instrumentos, tiene sexo, asesina, conoce gente, habla idiomas, se embriaga, maquina; sin parar, hasta el límite de su corporalidad. No hay un solo instante en que se detenga a meditar lo que le ha pasado. Solo quizá lo hace cuando las pastillas se están acabando y se encuentra con la posibilidad de la muerte o la degradación total, en ese instante se mira en el espejo de su ex esposa. Además, la moral de Eddie también rebasa los límites. Cualquiera que se interponga en su camino es solo un escollo que desechar: los mafiosos rusos o cómo “arregla” el asesinato de la modelo a través de un abogado sin escrúpulos. No hay vuelta atrás. A pesar de sus saberes cuasishamánicos del final de la película, – su capacidad para predecir el futuro inmediato o diagnosticar una enfermedad con solo palpar el cuerpo del enfermo– no hay una mayor comprensión del mundo y de su rol de acción sobre él.
Finalmente, en general los códigos de la película son los códigos del cine show americano. Entre la acción y guiños a ciencia ficción, el ritmo de encuadre y planos coge el ritmo trepidante del héroe. Pero este héroe, como en la películas de acción común no es encarnación del bien. Bajo los códigos del cine americano, el final esperado sería la caída del héroe o su toma de conciencia. La película se distancia de ese tópico y muestra el triunfo de un héroe no convencional: individualista, cínico, sin límites. Pero de otro lado, esos mismos códigos del cine convencional americano proyectan una imagen deseable, la del héroe, a ojos del espectador. Y allí quizá la otra trampa del film ya en el ámbito de la recepción y construcción de imaginarios. La derrota final de Karl Van Loon, hombre hecho así mismo a base de esfuerzo, errores y sacrificios más allá de su matonería y ambiciones –recordemos la conversación con Eddie antes del la concreción de la fusión de las empresas–, apunta también en ese sentido.
E

No hay comentarios: