martes, 20 de enero de 2009

El lugar U-tópico de la migrancia

“Hace 35 anos que emigre a USA, al principio extranaba todo, pero cada vez que volvia a pasear me iba desilucionado, ahora hace 25 anos que no vuelvo, la Argentina que recuerdo es una foto detenida en el tiempo que dejo de existir. A medida que fue pasando el tiempo y al haber vivido otras experiencias me fui dando cuenta que la mejor desicion que habia tomado fue haberme ido.Saludos a todos.” Oscar, Los Angeles.

“Y ya está? ¿esa es toda tú reflexión sobre la inmigración? Viene más en un chicle bazooka.
Es más complejo que es eso. Te lo puedo demostrar.
Por cierto, me gustaría dejar este pasaje de la película de Adolfo Aristaráin:(Martin [Hache)
- Hache: ¿No extrañás? ¿No te dieron ganas de volver?

-Martín: Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso, es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental, la patria es un invento. ¿Qué tengo que ver yo con un tucumano o con un salteño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Es una estadística, un número sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente. El país son tus amigos y eso sí se extraña, pero se pasa. Lo único que yo te digo es que cuando uno tiene la chance de irse de Argentina la tiene que aprovechar. Es un país donde no se puede ni se debe vivir. ¡Te hace mierda! Si te lo tomás en serio, si pensás que podés hacer algo para cambiarlo, te hacés mierda. ¡Es un país sin futuro! ¡Es un país saqueado, depredado y no va a cambiar! Los que se quedan con el botín no van a permitir que cambie.
-Hache: Que la patria es un verso, estoy de acuerdo. Pero es una posición muy pesimista. Todo puede cambiar. No creo que sea mucho peor que otros países.
-Martín: La Argentina es otra cosa. No es un país, es una trampa. Alguien inventó algo como la zanahoria del burro. Lo que vos dijiste: puede cambiar. La trampa es que te hacen creer que puede cambiar. Lo sentís cerca, ves que es posible, que no es una utopía, es ya, mañana y siempre te cagan. Vienen los milicos y matan 30.000 tipos. O viene la democracia y las cuentas nos cierran y otra vez a aguantar y a cagarse de hambre y lo único que podés hacer, lo único en que podés pensar es en tratar de sobrevivir o de no perder lo que tenés. El que no se muere, se traiciona y se hace mierda. Y encima te dicen que somos todos culpables. Son muy hábiles los fachos. ¡Son unos hijos de puta! Pero hay que reconocer que son inteligentes: saben trabajar a largo plazo.
Un saludo!"


Acabo de leer un breve post de Juan Pablo Meneses titulado “Nostalgias inmigrantes” (de allí tomo los comments). El cronista chileno viene escribiendo sobre este tema desde hace algunas semanas. Su último post me ha parecido uno de los mejores y me tienta a pensar en las nostalgias migrantes –prefiero migrante a secas, ni inmigrante, ni emigrante. Pero migrante todavía no figura en la RAE, lo que si figura es nostalgia y me quedo con la segunda definición: “Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.” No es casualidad entonces que con mucha frecuencia no se pueda diferenciar entre melancolía y nostalgia. En este caso, nostalgia por el lugar del cual hemos partido y melancolía al construir una representación de ese pasado perdido en un presente melancólico.

Quizá Lima sea la urbe hecha con más nostálgicos, más del 80% de su 8 millones de habitantes somos migrantes o hijos de migrantes. Más allá de la nostalgia y la melancolía, las sensaciones que finalmente organizan nuestra percepción y actitud ante lo real cuando migramos, algunas otras preguntas me atosigan: ¿Qué sentido de pertenencia tiene un migrante? ¿De dónde siente que es? ¿Qué lugar quiere más, del que se fue o en el que está? Es ocioso generalizar pero a veces también me pregunto ¿por qué tanta gente no quiere Lima? Esta ciudad tan migrante. Lo pienso sobre todo por el poco cuidado de la ciudad, por la basura regada en la calle y es que acaso no sea ese un problema de urbanidad sino de pertenencia: "no percibo a Lima como mi ciudad, incluso la detesto, no me siento en casa pues no la es, por tanto no la quiero, no la cuido como debiera hacerlo". Pensando en Badiou podríamos decir: estoy incluido pero no pertenezco.

John Beverley alguna vez escribió que se siente de un lugar utópico, en el sentido etimológico del término: sin lugar. Beverley pasó su niñez y juventud, aquellos años que definen nuestra identidad, entre Venezuela, Perú y EEUU. Ahora me asalta la nostalgia y echo de menos la lluvia de cuando tenía 12 años, los amigos de juego (que ahora viven acá y curiosamente no busco), el pueblo que ya no es. Pienso: soy Otro, ellos son Otros, el pueblo es Otro. Me percato que en estas líneas hay una total ausencia de un Nosotros. Y voy más allá: cómo pensar la Nación si siempre somos otros para nosotros mismos, nosotros los migrantes (hablo sobre todo de los desarraigados, aquellos no adaptados del todo). De más decir que Perú es un migrante, no sé cuán enfermo, pero sano no.

La migrancia es una cuestión inter-local, inter-global –a veces se producen ambas en el transcurso del tiempo- cuyo matiz más relevante, creo yo, es lo transfroterizo. Al entrar en cualquier frontera se desarticula nuestra percepción segura del entorno –lo sensible, lo inteligible-, ya no seremos los mismos. Lo que quedó atrás no se anclará en el tiempo, sino que cambiara tanto como nosotros cambiemos, aunque sí se cristalizará en nuestra memoria. Así, con nuestra narración identidaria, entiéndase performance de la memoria, desarticulada, nuestra pertenencia devendrá en un u-tópico. Nuestra actitud a eso que llamamos casa, barrio, ciudad, país o a secas Nación, se convierte en un vacío indefinible, en un gris de diversas tonalidades, en una batalla por la identidad que se sitúa en la misma corporalidad del sujeto, en un juego violento de los re-cuerdos que nos convierten en casi squizos. La migrancia es, entre otras cosas, aquello que dice Oscar desde Los Ángeles. (Veo que Oscar no encuentra ni tilde, ni “ñ” en su teclado) y también es lo que dice Martín, el padre de H en la película de Aristarain.

lunes, 12 de enero de 2009

Rebelde, ¿cuál es tu causa?

R se pasa la hora y media de clase con los audífonos retumbándole los oídos. Me he cansado de insistirle que se los quite mientras le explico algo de lo que ni yo mismo estoy muy convencido. Quizá en el fondo siento que es mejor para él escuchar una inocua canción a escucharme hablar de literatura española. Pero R no solo se cubre de mi voz con una anónima canción. También me llama Harry Potter y sus compañeros lo celebran tratando de emularlo. Me resultaría gracioso si no lo haría con la violencia con que enuncia ese adjetivo. Su inflexión vocal parece irradiar odio, como si tuviera una cuenta que saldar conmigo.

A pesar de ello estamos en un punto inerte, sin dialéctica. No me meto con él y él solo sobrepasa mis reglas dentro de lo tolerable. Lo único que me ronda la cabeza es qué será de nosotros cuando el colegio se termine y no nos volvamos a ver más, o más precisamente qué será de él cuando en verdad empieza la vivir su existencia fuera de un aula de clases, fuera de la tutela de sus padres. ¿Recordará con significación a los que le advertían que su comportamiento no era el adecuado? ¿A aquellos que lo reprimían más? ¿O me recordará a mí en mi permisividad…quizá excesiva? Me siento desarmado para responder estas preguntas, me siento desarmado para saber cuánto es la justa medida para reprimir y permitir. De saber qué tan decisivo sea la influencia que le doy durante una hora y media a la semana.