sábado, 26 de febrero de 2011

¿Qué he hecho yo para merecer esto?




Hace como 6 años vi por primera vez esta película de Almodóvar. Es la que más me ha gustado de toda su filmografía. Estos días la he vuelto a ver. Compré el DVD a dos soles, ni en Polvos Azules, frente a la facultad de sociales de San Marcos, en el llamado (entre mis amigos) “hombrecito de las películas”.

Una sensación de melancolía he experimentado al volverla a ver. No quiero hablar de esa sensación sino de ese humor (negro), de su hiperrealismo exagerado, de los personajes y de cómo terminan estos en el epílogo.

Creo que es una película muy social, incluso política: una crítica demoledora a la España posfranquista de la primera mitad de los ochentas; España machista, conservadora, rural que iba dando lugar a la España que ahora llevamos en el imaginario, progresista y laica.

Carmen Maura es un fetiche. Creo que la película hubiera ido para menos sin ella. Ama de casa que tiene que realizar eventuales trabajos de limpieza pues con el oficio de taxista del esposo no alcanza. Tiene dos hijos, uno que consume drogas y le va mal en el colegio (genial la escena en que hace la tarea de literatura con la abuela) y el otro homosexual (el menor, que no llega a 13) y que ha tenido relaciones con el profesor y el dentista. Además en la casa vive la abuela, que extraña horrores su pueblo y se queja todo el tiempo del frío de Madrid: es tacaña, machista pero entrañable, creo en parte por la gran actuación de Chus Lampreave. Completan el marco: Cristal, la vecina prostituta, íntima amiga de Gloria, Juani, la vecina abusadora de una hija con poderes mentales.

La primera escena de la película es genial. Gloria (Carmen Maura) está a punto de iniciar la limpieza en un Instituto de Artes Marciales y descubre a un hombre desnudo a punto de bañarse. Ambos se miran sorprendidos. Él llama con el dedo. Ella no parece dudar y se mete a la ducha con este hombre con el cual nunca ha cruzado palabra. Los besos y caricias son torpes. Prima la pasión del instante. La penetración parece próxima, él desnudo, ella sin calzón, pero algo falla, algo no anda bien. Este hombre, que luego descubriremos policía no puedo alcanzar la erección. Ambos se avergüenzan. Ella mojada y con la cabeza gacha sale de la ducha y uno se empieza a preguntar qué ha hecho para merecer eso.

El devenir de los personajes en el final me da la impresión que esboza lo que Almodóvar le augura o espera de la sociedad que empezaba a experimentar cambios sin vuelta. La muerte del esposo machista a manos de Gloria. La abuela, acompañada del hermano mayor, partiendo al interior. La vuelta del hijo homosexual y el restablecimiento del vínculo perdido con la madre luego de ser dejado cual Lazarillo en manos del dentista (hay una reivindicación de un personaje que a lo largo del film aparece marginal y que perturba por su homosexualidad tan abierta en ese rostro de niño). Curiosamente, de todos los personajes la que mejor vida parece llevar es Cristal, la vecina prostituta. En ella no hay prejuicios que la aten y la lleven a la neurosis, no hay un marido abusador y tampoco hijos que mantener en una situación de precariedad en aquellos edificios con minúsculos y asfixiantes departamentos.

sábado, 12 de febrero de 2011

CELEBRACIÓN: TRES AÑOS DE LA ÚLTIMA SESIÓN. Relato quebrado.


Hace tres años, El 8 de febrero de 2008, tomé ayahuasca por última vez. Fue una de la sesiones más intensas que aquel periodo de dos años. Y estuve solo. Miento. Acompañado de todos mis fantasmas, de todos mis muertos. Pero salió bien o salí bien. Fue una sesión de emergencia, -emergencia en dos acepciones: momento límite, clave y momento de salir a flote.
El maestro Antonio fue como mi padre, Antonio. Me consoló en desamor. Cuando sentía que me moría me dio aire, me asperjo.
Y fue en el lugar menos imaginable: en la plaza San Martín. En uno de esos edificios que lo asechan. Casi en el techo. El piso de madera hizo de la sesión un contacto más natural. La madera cuando deja de ser árbol aún conserva parte de esa vida. Toca un mueble y siente esa calidez propia de lo verdaderamente orgánico.
El momento crítico vino con la segunda ronda, por primera vez me animé a pedir una vez más. Nunca lo había hecho. Volé. Volé. Comencé a escuchar el ruido intenso de una podadora. Podría jurar que el ruido venía de fuera, de la plaza. Cuando tuve la certeza que venía de mi cabeza unas nauseas espantosas me llevaron al baño una y otra vez. Todo acompañado con ese malestar tan intenso.
No hubo visiones de niñas, de serpientes, de morados intensos, de nudos, de madres dando de lactar, de madres muertas. Solo una sensación intensa de no volver a caer, de no estar triste, de no re-sentirme. Quizá el castigo fue tan brutal que no he vuelto a probar, a pesar de eso he vuelto a estar triste, he vuelto a re-sentirme. Pero en estos años la compañía de Regina y Martha también hicieron lo suyo. Me enseñaron que no es necesario estar muerto para no vivir y que se puede encontrar un pedacito de vida a través de la palabra o la farmacología

martes, 1 de febrero de 2011

volver


Me siento atrofiado para escribir. Nunca lo he hecho bien, pero al menos un tiempo fluía esa prosa a tropezones. Hoy las ideas se han ido. En diciembre, urgido por aprobar un curso escribí una monografía que linda con la mediocridad. No he podido escribir más. A pesar de tener un caos de ideas y proyectos inconclusos que retomé sobre la marcha (la aplicación, la terapia) no he podido escribir sobre ellos. No puedo articulas historias tan simples como los sueños de todas la noches vienen a perturbarme y a hacerme sentir vivo (en las últimas semanas he soñado que mi mamá se moría dos veces). No puedo escribir acerca de las películas que he visto (algunas muy bacanes como XXY o Spider). Y mucho menos puedo escribir crítica o investigación. Por eso un primer paso es llevar a la escritura esta incapacidad, este silencio involuntario o quizá voluntario en algún punto de mi cabeza.