sábado, 12 de febrero de 2011

CELEBRACIÓN: TRES AÑOS DE LA ÚLTIMA SESIÓN. Relato quebrado.


Hace tres años, El 8 de febrero de 2008, tomé ayahuasca por última vez. Fue una de la sesiones más intensas que aquel periodo de dos años. Y estuve solo. Miento. Acompañado de todos mis fantasmas, de todos mis muertos. Pero salió bien o salí bien. Fue una sesión de emergencia, -emergencia en dos acepciones: momento límite, clave y momento de salir a flote.
El maestro Antonio fue como mi padre, Antonio. Me consoló en desamor. Cuando sentía que me moría me dio aire, me asperjo.
Y fue en el lugar menos imaginable: en la plaza San Martín. En uno de esos edificios que lo asechan. Casi en el techo. El piso de madera hizo de la sesión un contacto más natural. La madera cuando deja de ser árbol aún conserva parte de esa vida. Toca un mueble y siente esa calidez propia de lo verdaderamente orgánico.
El momento crítico vino con la segunda ronda, por primera vez me animé a pedir una vez más. Nunca lo había hecho. Volé. Volé. Comencé a escuchar el ruido intenso de una podadora. Podría jurar que el ruido venía de fuera, de la plaza. Cuando tuve la certeza que venía de mi cabeza unas nauseas espantosas me llevaron al baño una y otra vez. Todo acompañado con ese malestar tan intenso.
No hubo visiones de niñas, de serpientes, de morados intensos, de nudos, de madres dando de lactar, de madres muertas. Solo una sensación intensa de no volver a caer, de no estar triste, de no re-sentirme. Quizá el castigo fue tan brutal que no he vuelto a probar, a pesar de eso he vuelto a estar triste, he vuelto a re-sentirme. Pero en estos años la compañía de Regina y Martha también hicieron lo suyo. Me enseñaron que no es necesario estar muerto para no vivir y que se puede encontrar un pedacito de vida a través de la palabra o la farmacología

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