lunes, 30 de marzo de 2009

Construyendo una ficción: Canto y Testimonio en La Teta asustada.

Una madre anciana, que más parece abuela, agoniza tendida en una cama. Canta, pues su canto es el único medio para testimoniar su trauma: la manera brutal en que fue violada y obligada a tragarse el pene de su esposo muerto. Esta madre quechuahablante no testimonia para sí, pues el testimonio siempre interpela a alguien, en este caso a Fausta, su hija, que yace al lado suyo, viéndola morir. Esta es la primera y una de las más crudas escenas de La teta asustada, que curiosamente, no apuesta por la muestra de la violencia explícita, sino que transita más en la sutilezas de las imágenes, de los gestos, las plantas y objetos capaces de construir metáforas contundentes.
Pero, ¿por qué la necesidad de performar un canto para testimoniar? Como sabemos, la experiencia de un trauma no elaborado lleva a la incapacidad de oralizarlo. En el caso de la madre de Fausta, la única herramienta posible de llevarlo a cabo es a través de un acto estético, en tanto se hace necesaria la imaginación creadora de una melodía para ser capaz de hacerlo. Esa es la única manera que encuentra la madre de Fausta para testimoniar. Boris Cyrulnik, afirma que para poder narrar una historia traumática y para que esta se tenga un efecto determinado en el receptor se hace necesario la ficción[1] pues la ficción se convierte en un buen medio para hacer que lo real sea soportable: “La ficción posee un poder de persuasión muy superior al del testimonio porque la depuración del relato conlleva una adhesión que no es capaz de provocar la simple atestación, demasiado cercana a los obscenos enunciados de la administración” (164). Si la lógica del personaje de la madre de Fausta parece ser este medio estético para expresar su memoria porque no hay otra posibilidad de hacerlo, podemos decir que es la misma lógica que mantiene el filme a nivel macro: contar una historia no como documento verídico[2], sino crear una “hechura”, es decir, una ficcionalización altamente estéticas de tu tema harto complejo que pueda crear un efecto determinado en el espectador. Podríamos decir, en términos de Geertz que: "Entre una historia ‘real’ y una historia ficcional no hay tanta diferencia de fondo en tanto que una historia ‘real’ 'es tan fictio, ‘una hechura’, como la otra.” (29) Es decir, construcciones discursivas proclives a ser interpretadas, ambas, dentro de un campo de semiótico: no existe cultura sin signos y no hay signos sin cultura.
Además se ha aludido que el 40% de la película está en quechua, pero no se ha dicho que el 95% de la oralización de esa lengua tan propia y ajena se expresa a través de los cantos, que en el mundo representado, suponen ser producto de la tradición oral. (La letra de las canciones estuvo a cargo de Claudia Llosa). En las tradiciones orales, el canto es una de las formas de construir la memoria colectiva de la familia y la comunidad. Y si en la cosmovisión andina, representada en el film, asume la transmutación del dolor y el desgarro a través de la leche materna, lo que queda más palpable en la película es que la verdadera “leche contaminada” y que se transmite a Fausta es la “memoria enferma” de su madre. Quizá con la intención de protegerla le ha testimoniado en toda su crudeza lo padecido, una forma de advertirle los peligros de la noche oscura y que no ha puesto énfasis el alba por llegar. Los padres no solo nos transmiten su constitución genética sino también sus traumas y temores. En este sentido, la recepción de Fausta es negativa, más allá de la perlocución de la madre no ha podido construirse una narrativa identitaria sana (identidad y memoria están profundamente imbricados) sino dislocada en un presente de miedo y pavor hacia los varones. El testimonio la paraliza y le cierra la posibilidad de desarrollar una sexualidad sana y una adecuada relación con los varones.

[1] El antropólogo cultural Clifford Geertz hace un seguimiento etimológico de “ficción” que proviene del latín ‘fictio’: hechura. En este artículo entendemos las ficciones en el sentido de que son algo ‘hecho’, algo ‘formado’, ‘compuesto’ y no necesariamente falsas o inefectivas o meros experimentos mentales de ‘como si’. (GEERTZ 1992: 28)


[2] Claudia Llosa, en las innumerables entrevistas, ha contado que el germen de la película surge cuando llegaron a sus manos un libro con testimonios de peruanos que habían padeció la violencia. Uno de esos testimonios hablaba del temor de las mujeres para dar de lactar a sus hijos, pues pensaban que su leche materna se encontraba colmada de dolor, miedo y sufrimiento por los asesinatos, violaciones, vejaciones padecidos en los años de violencia extrema[2] y que esa “leche contaminada” enfermaría a sus hijos. La antropóloga norteamericana Kimberly Theidon a investigado el tema en Entre Prójimos: El conflicto armado interno y la política de la reconciliación en el Perú (IEP, 2004).

sábado, 28 de marzo de 2009

La teta asustada: Recomendaciones, Sociedad Civil y Memoria.

Las recomendaciones de la CVR exhortan a la sociedad civil -organizada o no- a la producción de construcciones y gestos simbólicos para re-cordar, re-presentar y re-parar lo que peruanos, los menos reconocidos, padecieron durante la violencia política 80-00. Desde el 2003, año de la presentación del Informe, los únicos que asumieron el compromiso fueron la sociedad civil organizada en ongs. Recordemos, entre otros actos, “El quipu de la memoria” (2005) o la edición de libros fundamentales como Chungi. Violencia y trazos de memoria (COMISEDH, 2006) o Rescate por la Memoria. Sacsamarca (SER, 2005). Por el contrario, los gestos de la ciudadanía fuera de estas instituciones, han sido prácticamente ausentes. Una de las pocas, pero más significativas respuestas fue el CD “Homenaje a la Pachamama” (2005) que realizaron el percusionista Manongo Mujica y Pepita García Miró. La recaudación en ventas (agotadas) de este CD fue dirigido a aquellos que sufrieron el padecimiento de la no-vida de la violencia. En este CD participaron Raúl García Zárate, Princesita de Yungay, Máximo Damián, Jaime Guardia, Manuelcha Prado, la Orquesta Selección del Centro, entre otros.
La teta asustada se suma, de manera hegemónica y poderosa (en términos gramcianos) a la producción simbólica y espontánea de esta pequeña porción de ciudadanía no aglutinada en Ongs. Por qué, porque la magnitud del premio hizo posible que la película alcanzara picos inimaginables de exposición mass-mediática. Esta exposición se materializó en la asistencia de 55 000 espectadores en su primer fin de semana contando solo Lima. Esos 55 000 peruanos de la urbe son reveladores porque se ha dicho hasta el hartazgo que los peruanos radicados en Lima nunca quisieron recordar, oralizar y performar los años de violencia. Sino que optaron por el silencio y la mirada de costado cuando los pies mutilados de muertos vivos se nos escurrían por la TV, en algún periódico o incluso por debajo de nuestras camas o tras la rendija del ropero. La poca sintonía de las Audiencias Públicas transmitidas por Canal 7 y Canal N durante el 2002 y el poco compromiso de otros canales de señal abierta por transmitirlas respaldan esas afirmaciones.
Pero ahora, en el 2009, qué más contundente a nivel de recepción y como archivo para la Memoria, que una película como La teta asustada, si la comparamos con medios cada día más obsoletos y minoritarios como los impresos -libros, periódicos, revistas-, en un contexto de sociedades gobernadas de facto por la tecnología multimedia. Precisamente, los impresos han sido el medio por el cual más se ha trabajado al tema de la violencia.
Alguna vez Carlos Monsivais afirmó que durante el siglo XX los mexicanos aprendieron a construir su imaginario, un pasado en común y su cohesión como nación, no en la institución tutelar de la escuela o la familia sino en el cine nacional mexicano, cine de producción industrial por varias décadas. En nuestro caso, como posibilidad y respuesta, podemos afirmar que los peruanos aprenderemos a mirar a los ojos de nuestros muertos cuando construyamos una memoria que se proyecte al futuro, teniendo al pasado como experiencia y no como lastre. Tzvetan Todorov la llama “memoria ejemplarizante”, esta memoria es la antítesis de una “memoria enferma” como la predominante en la actualidad en la nación, porque como hijos de la violencia nuestro silencio nos ata a un recuerdo tortuoso del pasado, incapaz de ser oralizado o expresado por otros medios, pero que se termina somatizando en la aparente indiferencia de muchos y el resentimiento de otros. Una forma vigorosa para alcanzar aquella memoria ejemplarizante es la necesidad de más producciones simbólicas de la calidad expresiva y estética de La teta asustada. Porque como afirmó alguna vez el poeta y cineasta Pablo Guevara, respecto a las potencialidades del cine peruano y al entusiasmo mesurado que le producía Días de Santiago: una golondrina no hará el verano.