En la tarde soñé que estaba en mi casa de Oxapampa.
Ahora tan nueva luego de la refacción de este año. Era agradable caminar por
allí hasta que caía en la cuenta de las luces apagadas y de la oscuridad de la
noche. Me daba miedo y volví a nuestra sala llamando a mamá. Luego volvía por
mis pasos e iba prendiendo las luces del corredor teniendo la mala conciencia
del recibo de luz que llegaría a fin de mes (el miedo a la austeridad de
nuestros bolsillos). Aunque todo estaba mejor con las luces prendidas. Llegaba
a mi habitación, la habitación que dejé hace 14 años ahora que tengo 28 años.
La habitación que deje hace la mitad de mi vida. Entraba allí y me sorprendía
que todo conservara su orden. Cogía mi guitarra y la tocaba mientras cantaba. A
pesar que rasgaba fuerte sonaba bajito. La guitarra tenía su cuerpo atravesado por la avidez de las termitas.
jueves, 1 de noviembre de 2012
sábado, 23 de junio de 2012
Yo no sabía que se iba a morir tan pronto
Yo no sabía que se iba a
morir tan pronto. Yo ya solo le seguía la corriente, me había dicho que le
sacara los piojos, que le picaba mucho la cabeza. Y yo hacía que le sacaba los
piojos y los mataba: tic, tic, con mis uñas. Y le decía tienes piojos blancos,
negros, gringos; de todas las razas. Y ella me decía, ya ves mamita, que tenía
muchos. Me agradeció. Aquel día también me pidió que le preparara un tiradito,
para esos arequipeños todo es su tiradito. Qué rico que comió la abuelita, con
bastante ají. Luego se fue a la cama y me dijo: llama a todos mis hijos,
necesito hablar con ellos. Pero mamita ellos están trabajando, cómo los voy a
llamar. Por favor, llámalos. Y así lo hice. Uno a uno fueron llegando sus
hijos. Habló con casi todos, menos dos que no llegaron. Una de sus hijas, no
recuerdo bien porque no pudo venir, y su otro hijo que estaba en Canadá. Todos
vinieron y yo ya no sé que hablaron con ella. Y no podía meterme y esa misma
tarde la abuelita murió.
domingo, 17 de junio de 2012
La piel que habitamos.
La piel que habito (2011) es lo mejor que he visto de Almodóvar desde Todo sobre mi madre (1999). Me ha dejado
caminando en el intrincado y opaco sendero del género. Y es que hay acaso una
misteriosa fuerza vital que nos lleva a ser heterosexuales (y seguir el sino de
nuestro cuerpo) u homosexuales (revelarnos contra una imposición aparentemente
natural) o sus múltiples formas inimaginables (bi, transexual, travesti, etc.).
Almodóvar es demasiado inteligente como para intentar responder tamaña pregunta
en una película. De otro lado, que Vera-Vicente se resista a aceptar su nuevo
cuerpo, su nuevo sexo, y por ende, su nuevo género no nos debe llevar a suponer
que toda persona es llamada por la letanía de su sexo originario. Sería un error
interpretar de ese modo la película. Solo me queda la sensación que habitamos
un cuerpo que a veces corresponde con aquello que se nos demanda desear a
través de una heteronormatividad asfixiante y violenta: habitamos nuestro
cuerpo pero también, a veces, nuestro cuerpo nos habita. Pues cuando mi cuerpo desea
un cuerpo de mi mismo sexo empiezan los problemas, he allí la ley del deseo y el imperio
de los sentidos contra el peso de la norma que cae para avergonzarnos. Esta
tarde leía a Eve Sedgwick y relacionaba
la vergüenza con la queer performance.
No me ha quedado con mucho de la lectura, solo que la norma nos puede hacer
sentir mucha vergüenza, como la de contener el llanto para no llorar y afirmar
que (los hombres) no lloramos. Pero allí
está el dolor del niño -más intenso que la vergüenza- para llorar. Allí está el
deseo homo-erótico para arrimar a la vergüenza y sentir sin medida.
martes, 3 de enero de 2012
Paranoid Park
Paranoid
Park es un relato esperanzador, nos persuade que a pesar de vivir en un mundo
frágil, en que todo se desvanece en el aire, aún nos quedan espacios para
encontrar un mejor sentido a nuestras vidas. Allí están los pocos vínculos que
debemos trabajar con esfuerzo (a pesar de nuestra naturaleza al aislamiento) o el acto creativo para explicarnos y volvernos a narrar
aquello que nos perturba. En esta película sobre skaters, Van Sant salda
cuentas pendientes con la historia de Alephant,
en el que los adolescentes asesinos terminaban renunciando al arte, al acto
creativo, para dar rienda suelta a sus pulsiones de muerte y destrucción. La
antípoda de ese relato enfermo es el relato de Alex, un relato tímido y tierno
que apuesta por la vida a través de los vínculos y la creación.
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