domingo, 17 de junio de 2012


La piel que habitamos.


La piel que habito (2011) es lo mejor que he visto de Almodóvar desde Todo sobre mi madre (1999). Me ha dejado caminando en el intrincado y opaco sendero del género. Y es que hay acaso una misteriosa fuerza vital que nos lleva a ser heterosexuales (y seguir el sino de nuestro cuerpo) u homosexuales (revelarnos contra una imposición aparentemente natural) o sus múltiples formas inimaginables (bi, transexual, travesti, etc.). Almodóvar es demasiado inteligente como para intentar responder tamaña pregunta en una película. De otro lado, que Vera-Vicente se resista a aceptar su nuevo cuerpo, su nuevo sexo, y por ende, su nuevo género no nos debe llevar a suponer que toda persona es llamada por la letanía de su sexo originario. Sería un error interpretar de ese modo la película. Solo me queda la sensación que habitamos un cuerpo que a veces corresponde con aquello que se nos demanda desear a través de una heteronormatividad asfixiante y violenta: habitamos nuestro cuerpo pero también, a veces, nuestro cuerpo nos habita. Pues cuando mi cuerpo desea un cuerpo de mi mismo sexo empiezan los problemas, he allí la ley del deseo y el imperio de los sentidos contra el peso de la norma que cae para avergonzarnos. Esta tarde leía a Eve  Sedgwick y relacionaba la vergüenza con la queer performance. No me ha quedado con mucho de la lectura, solo que la norma nos puede hacer sentir mucha vergüenza, como la de contener el llanto para no llorar y afirmar que  (los hombres) no lloramos. Pero allí está el dolor del niño -más intenso que la vergüenza- para llorar. Allí está el deseo homo-erótico para arrimar a la vergüenza y sentir sin medida.

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