Yo no sabía que se iba a
morir tan pronto. Yo ya solo le seguía la corriente, me había dicho que le
sacara los piojos, que le picaba mucho la cabeza. Y yo hacía que le sacaba los
piojos y los mataba: tic, tic, con mis uñas. Y le decía tienes piojos blancos,
negros, gringos; de todas las razas. Y ella me decía, ya ves mamita, que tenía
muchos. Me agradeció. Aquel día también me pidió que le preparara un tiradito,
para esos arequipeños todo es su tiradito. Qué rico que comió la abuelita, con
bastante ají. Luego se fue a la cama y me dijo: llama a todos mis hijos,
necesito hablar con ellos. Pero mamita ellos están trabajando, cómo los voy a
llamar. Por favor, llámalos. Y así lo hice. Uno a uno fueron llegando sus
hijos. Habló con casi todos, menos dos que no llegaron. Una de sus hijas, no
recuerdo bien porque no pudo venir, y su otro hijo que estaba en Canadá. Todos
vinieron y yo ya no sé que hablaron con ella. Y no podía meterme y esa misma
tarde la abuelita murió.
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