lunes, 12 de septiembre de 2011

El hombre sin pasado o una utopía en la Modernidad


Un hombre desempleado llega en tren a Helsinki y se queda dormido en un banco, no muy lejos de la estación, mientras mira insistentemente su reloj que se ha detenido (quizá premonitorio, un tiempo suspendido de su identidad). Una banda de desadaptados que pasa por allí le roba primero y le pega brutalmente después hasta dejarlo casi sin vida, con el rostro cubierto por su herramienta de trabajo: la máscara de soldador.

En el hospital lo darán por muerto no solo los médicos sino también los instrumentos que tiene prendido a su cuerpo inerte. Sin embargo, ese sujeto vendado de pies a cabeza como si fuera el hombre invisible, de pronto se pone de pie, cobra vida, se acomoda la nariz y emprende un camino incierto, sin memoria.
Instalado en un barrio totalmente marginal, a las orillas de un río, empezaremos a ser testigos de una interminable cadena de actos solidarios hacia él y que él también retribuirá o será testigo (como la escena del Banco). El grupo de solidaridad más orgánico será el Ejército de salvación. En este grupo conocerá a Irma, la que se convertirá en su pareja.

El director se esfuerza por mostrar un tiempo sin tiempo, indefinido aunque con una estética vintage sesentera -no hay presencia de pantallas, televisores y mucho menos computadoras; aunque en un par de pasajes vemos automóviles más contemporáneos- matizada por una fotografía cálida, de contrastes. Quizá la idea es crear un espacio de recuerdo, de añoranza, en un momento en el que podía haber un mejor horizonte de expectativas con respecto al futuro; un lugar en el que a pesar de la violencia injustificada, serían más los virtuosos de espíritu.
“El hombre sin pasado” propone una gran utopía: la de una apuesta por una convivencia mejor a escala humana. Una comunidad de fe religiosa que se expresa de mejor modo entre pobres y marginales. Es decir, una comunidad utópica de caridad humana cuya acción va más allá del mero conocimiento y repetición de las escrituras religiosas: un trabajo que más bien consiste en ayudar, en vez de mirar con ojos de cordero la biblia.

En este sentido, hay la proyección de un mundo posible, de solidaridad frente a un mundo social marginal que pierde al tratar de reconocerse en un Estado distante. La burocracia, la identidad sustentada en un documento burocrático, hará que este hombre vaya construyendo una identidad diferenciada a la que tenía antes, pues al, por ejemplo, querer retomar su antiguo trabajo de soldador no le será permitido por carecer de papeles (un nombre, una cuenta bancaria). Entonces, Si bien podemos ver como desgracia su “incapacidad” para intentar integrarse nuevamente al sistema, también podemos verlo como posibilidad para bregar por un camino diferente, en un sistema alternativo.

Es decir, el hombre sin identidad será un sujeto a la deriva que está buscando alguna cosa que hacer, algo a que asirse. Pero en esa búsqueda no solo será testigo de actos de caridad sino que en ese camino irá construyéndose un nuevo presente sin anclarse en el pasado: un volver desde cero desde un mundo mejor. Si antes fue un trabajador metalúrgico, cosía a fuego láminas de metal frío e inerte; era una tuerca en el sistema industrial, en el sistema capitalista; tenía un vicio, era ludópata: apuesta toda su colección de discos a pesar del gran amor que siente por la música. En un después, el presente que nos narra el film -cuando convive con los marginales cerca del río, fuera del sistema-, si bien no tendrá un trabajo (lo busca y no lo encuentra), el hombre sin identidad se agencia alternativas para desarrollarse, en esa búsqueda organizará un concierto. De este modo nace la fantasía de ser manager de una banda de rock (se lo comenta a Irma cuando van en un auto). Este acto lo distancia de su papel dentro de un engranaje industrial para quizá apostar por una vida marginal pero más conectada con sí mismo, una vida cercana al arte (la música), un arte contestatario como el rock (él sugiera a la banda que haga rock y no esa música acústica tan sosa).

El hombre sin pasado nos muestra una muerte simbólica, aunque quizá real en los códigos del film, un hombre que literalmente regresa de la muerte para ser otro. En esta muerte se encuentra la redención en un final en el que la utopía cristiana es vuelta a mostrar con el juicio final a los vándalos. Si bien en alguna entrevista Kaurismaki afirma que en lo que se refiere a la humanidad ha perdido toda esperanza: “Tuvimos la oportunidad de salvar al mundo, pero no la aprovechamos. El mundo sería mejor sin nosotros.” Su película rebosa un horizonte de esperanza aunque anclada en el pasado.

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