martes, 4 de octubre de 2011

El Anticristo


El Anticristo es la historia de una mujer (Charlotte Gainsbourg) que, tras la muerte accidental de su hijo, experimenta una profunda depresión. Para superar ese estado y elaborar su duelo, su marido (Willem Dafoe), un psicólogo conductista, decide llevarla a una cabaña en medio de un bosque llamado El Edén. El proceso posterior a la muerte del hijo será encarado de distinto modo por la pareja. Mientras ella ha colapsado por el dolor y la culpa; ha sido internada y medicada por un siquiatra, él lleva su proceso con una calma y autocontrol que también resulta desmedido en sentido opuesto, hay una intelectualización de lo vivido. Además, contraviniendo los principios de la relación terapeuta-paciente, él se hará cargo de la recuperación de su esposa. El acompañamiento que en un inicio él había llevando bajo control se verá desbordado durante su estadía en El Edén. Ella desbordará todo el saber racional y la experiencia basada en esa razón que su esposo había ido cultivando en los varios años de aprendizaje y en el ejercicio de su profesión.

Las alusiones a la narrativa judeocristiana serán frecuentes: son solo el hombre y la mujer en el Edén, ¿Adán y Eva? Y quizá Abel muerto prematuramente. En relación a este hecho, el niño ha muerto en clave edípica: antes de caer por la ventana ha visto la posesión de su primer objeto por otro hombre que resulta siendo su padre. Ella se siente culpable pues vio al hijo entrando en la habitación, pero el momento de éxtasis pudo más que su rol de protección, su rol de madre. En ella, en su auto-percepción, va vislumbrando una fuerza interna que no puede controlar, que ha comenzado a experimentar desde su primera visita en el Edén.

Lars Von Trier divide las subjetividades de él y ella, del hombre y la mujer, en dos polos que se oponen irremediablemente, sin posibilidad de síntesis, de convivencia paralela. Solo uno se terminará imponiendo de modo violento y radical en el final de la película. El hombre encarna el saber intelectual, la contención de los sentimientos y las pasiones, el control sobre el cuerpo, la racionalización de los eventos, el sentido crítico, una visión desacralizada de la naturaleza. Además, todos esos significados relacionados con el espacio urbano (la ciudad), el orden y las leyes que gobiernan y controlan ortopédicamente a los habitantes de la urbe. Del otro lado, la mujer encarna los sentimientos, las pasiones, el deseo exacerbado, el sin control del cuerpo, una visión sacralizada y animista de la naturaleza, un pensamiento más tradicional, más “salvaje”. Su espacio no es la urbe sino la naturaleza no asimilada al control racional, una naturaleza concebida como el espacio del caos, en el cual no hay reglas ni leyes que controlen la impulsividad animal que anida en los sujetos.

Pero estos espacios son pensados desde dos epistemes particulares que son actualizadas desde los saberes de él y ella: la sicología conductista y la historia del Cristianismo. El discurso que aparece más explícito es este último y es asumido por Ella. Ella había estado escribiendo una tesis sobre la caza de brujas durante la Inquisición. Su formación académica (¿en Historia?) en apariencia le ha dotado de un pensamiento crítico que juzga y discrimina la información, es una intelectual; pero durante el último verano que ha pasado en el bosque junto a su hijo un cambio se ha producido en su modo de percibir el mundo. Ella ha comenzado a asumir acríticamente el discurso que la Iglesia construía acerca de las brujas (la proclividad de las mujeres para ser tentadas por el demonio, la proclividad de las mujeres al mal) y también la percepción de que la naturaleza (el bosque, la selva dantesca) es el espacio en el cual el mal aparece en todo su dimensión, donde lo demoniaco reina sin control. Ese vendría a ser el espacio natural de las mujeres (la interpretación de ellas transitando ese espacio al final de la película podría ir en esa dirección).

Quizá la gran crisis que ella enfrenta al entrar en esa lógica cristiana medieval es que frente a esa proclividad a la maldad en las mujeres, en su historia particular no surge un complemento masculino que encarne la bondad, el bien, a un Dios salvador que la redima. El esposo racional no puede ocupar ese espacio de fe que ella acaso está buscando. Él se encuentra descentrado de la narrativa que ahora construye la percepción del mundo de ella. Él y sus saberes cartesianos no tiene cabida. Incluso antes de ese cambio, su discurso había perdido credibilidad. El gran resentimiento que ella le tiene hace que lo tilde de pedante, soberbio, de una inteligencia que le resulta exasperante y que quizá ella en el fondo quisiera tener.

Ella se siente perdida ante el mal, la fuerza de lo demoniaco es descomunal. Ante esas fuerzas que la dominan, ya no puede tener control. Allí su sexualidad exacerbada y su violencia desbordada en el final de la película. En su cuerpo se juega esa lucha ya no entre la racionalidad y la irracionalidad, sino entre el bien y el mal. Pienso que allí la película encuentre su título: el anticristo como significante que encarna toda esa concepción particular del mal: la naturaleza demoniaca y caótica, las brujas tributarias de ese mal, las mujeres como actante principales de ese programa narrativo, los animales y no el hombre (el cuervo, el venado y el zorro) como presagiadores que dan algo de sentido en ese caos. En términos modernos (la cosmovisión de él), el anticristo como encarnación de la irracionalidad.

Lo que Lars Von Trier, quizá desde los demonios que lo gobiernan, nos está mostrando es la lucha de dos poderosas ideologías y narrativas que se han terminado confrontando y conviviendo en el mundo contemporáneo: El Cristianismo (como uno de los últimos masivos bastiones de un pensamiento sagrado) y La Modernidad (como ese espacio desacralizador, de crítica y construcción de un sujeto que es gobernados por la razón). Ella, más cerca de esa ideología sagrada (que también la termina juzgando como más proclive al mal) y Él del lado del pensamiento moderno. En este posicionamiento de los personajes no creo que Lars Von Trier tenga una visión falocentrista de repetición de estereotipos en cuanto a la mujer sino que muestra como se ha puesto culturalmente a hombre y a mujeres en uno u otro lugar.
Pero la fe ciega o la adscripción sin cuestionamientos también es criticada del lado racional. Él es demasiado autosuficiente, tiene un convencimiento pleno de los dones del autocontrol y de la racionalidad, ni quisiera había en él un espacio para lo onírico (Freud está muerto). Esa autosuficiencia lo lleva a tener la falsa idea de poder controlar la naturaleza desbordada de su esposa en un espacio “peligroso”, nada neutro. Es el hombre que rebaza sus límites. Él cree tener control y vemos como lo pierde y casi le cuesta la vida.

En el enfrentamiento final entre él y ella, él solo podrá vencer a esa fuerza sin control cuando ejerza la violencia. Paradójicamente, es una victoria de la razón desde la violencia. Es la razón aplastando a los demonios del Cristianismo, pero que, sin embargo, forman parte de la estructura básica de ese dogma de fe. Ataca una parte, pero que en el fondo termina atacando al todo, ese todo que tiene una forma particular de entender y estructurar el mundo.

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