El Anticristo es la historia de una
mujer (Charlotte Gainsbourg) que, tras la muerte accidental de su hijo,
experimenta una profunda depresión. Para superar ese estado y elaborar su duelo,
su marido (Willem Dafoe), un psicólogo conductista, decide llevarla a una cabaña
en medio de un bosque llamado El Edén. El proceso posterior a la muerte del
hijo será encarado de distinto modo por la pareja. Mientras ella ha colapsado
por el dolor y la culpa; ha sido internada y medicada por un siquiatra, él
lleva su proceso con una calma y autocontrol que también resulta desmedido en
sentido opuesto, hay una intelectualización de lo vivido. Además, contraviniendo
los principios de la relación terapeuta-paciente, él se hará cargo de la
recuperación de su esposa. El acompañamiento que en un inicio él había llevando
bajo control se verá desbordado durante su estadía en El Edén. Ella desbordará
todo el saber racional y la experiencia basada en esa razón que su esposo había
ido cultivando en los varios años de aprendizaje y en el ejercicio de su
profesión.
Las alusiones a la
narrativa judeocristiana serán frecuentes: son solo el hombre y la mujer en el
Edén, ¿Adán y Eva? Y quizá Abel muerto prematuramente. En relación a este
hecho, el niño ha muerto en clave edípica: antes de caer por la ventana ha
visto la posesión de su primer objeto por otro hombre que resulta siendo su
padre. Ella se siente culpable pues vio al hijo entrando en la habitación, pero
el momento de éxtasis pudo más que su rol de protección, su rol de madre. En
ella, en su auto-percepción, va vislumbrando una fuerza interna que no puede
controlar, que ha comenzado a experimentar desde su primera visita en el Edén.
Lars Von Trier divide las
subjetividades de él y ella, del hombre y la mujer, en dos polos que se oponen
irremediablemente, sin posibilidad de síntesis, de convivencia paralela. Solo
uno se terminará imponiendo de modo violento y radical en el final de la
película. El hombre encarna el saber intelectual, la contención de los
sentimientos y las pasiones, el control sobre el cuerpo, la racionalización de
los eventos, el sentido crítico, una visión desacralizada de la naturaleza.
Además, todos esos significados relacionados con el espacio urbano (la ciudad),
el orden y las leyes que gobiernan y controlan ortopédicamente a los habitantes
de la urbe. Del otro lado, la mujer encarna los sentimientos, las pasiones, el
deseo exacerbado, el sin control del cuerpo, una visión sacralizada y animista
de la naturaleza, un pensamiento más tradicional, más “salvaje”. Su espacio no
es la urbe sino la naturaleza no asimilada al control racional, una naturaleza
concebida como el espacio del caos, en el cual no hay reglas ni leyes que
controlen la impulsividad animal que anida en los sujetos.
Pero estos espacios son
pensados desde dos epistemes particulares que son actualizadas desde los saberes
de él y ella: la sicología conductista y la historia del Cristianismo. El discurso
que aparece más explícito es este último y es asumido por Ella. Ella había
estado escribiendo una tesis sobre la caza de brujas durante la Inquisición. Su
formación académica (¿en Historia?) en apariencia le ha dotado de un
pensamiento crítico que juzga y discrimina la información, es una intelectual;
pero durante el último verano que ha pasado en el bosque junto a su hijo un
cambio se ha producido en su modo de percibir el mundo. Ella ha comenzado a
asumir acríticamente el discurso que la Iglesia construía acerca de las brujas
(la proclividad de las mujeres para ser tentadas por el demonio, la proclividad
de las mujeres al mal) y también la percepción de que la naturaleza (el bosque,
la selva dantesca) es el espacio en el cual el mal aparece en todo su dimensión,
donde lo demoniaco reina sin control. Ese vendría a ser el espacio natural de las
mujeres (la interpretación de ellas transitando ese espacio al final de la
película podría ir en esa dirección).
Quizá la gran crisis que
ella enfrenta al entrar en esa lógica cristiana medieval es que frente a esa
proclividad a la maldad en las mujeres, en su historia particular no surge un
complemento masculino que encarne la bondad, el bien, a un Dios salvador que la
redima. El esposo racional no puede ocupar ese espacio de fe que ella acaso
está buscando. Él se encuentra descentrado de la narrativa que ahora construye
la percepción del mundo de ella. Él y sus saberes cartesianos no tiene cabida.
Incluso antes de ese cambio, su discurso había perdido credibilidad. El gran resentimiento
que ella le tiene hace que lo tilde de pedante, soberbio, de una inteligencia que
le resulta exasperante y que quizá ella en el fondo quisiera tener.
Ella se siente perdida ante
el mal, la fuerza de lo demoniaco es descomunal. Ante esas fuerzas que la
dominan, ya no puede tener control. Allí su sexualidad exacerbada y su
violencia desbordada en el final de la película. En su cuerpo se juega esa
lucha ya no entre la racionalidad y la irracionalidad, sino entre el bien y el
mal. Pienso que allí la película encuentre su título: el anticristo como
significante que encarna toda esa concepción particular del mal: la naturaleza demoniaca
y caótica, las brujas tributarias de ese mal, las mujeres como actante
principales de ese programa narrativo, los animales y no el hombre (el cuervo,
el venado y el zorro) como presagiadores que dan algo de sentido en ese caos.
En términos modernos (la cosmovisión de él), el anticristo como encarnación de
la irracionalidad.
Lo que Lars Von Trier,
quizá desde los demonios que lo gobiernan, nos está mostrando es la lucha de
dos poderosas ideologías y narrativas que se han terminado confrontando y
conviviendo en el mundo contemporáneo: El Cristianismo (como uno de los últimos
masivos bastiones de un pensamiento sagrado) y La Modernidad (como ese espacio
desacralizador, de crítica y construcción de un sujeto que es gobernados por la
razón). Ella, más cerca de esa ideología sagrada (que también la termina
juzgando como más proclive al mal) y Él del lado del pensamiento moderno. En
este posicionamiento de los personajes no creo que Lars Von Trier tenga una
visión falocentrista de repetición de estereotipos en cuanto a la mujer sino
que muestra como se ha puesto culturalmente a hombre y a mujeres en uno u otro
lugar.
Pero la fe ciega o la
adscripción sin cuestionamientos también es criticada del lado racional. Él es
demasiado autosuficiente, tiene un convencimiento pleno de los dones del
autocontrol y de la racionalidad, ni quisiera había en él un espacio para lo
onírico (Freud está muerto). Esa autosuficiencia lo lleva a tener la falsa idea
de poder controlar la naturaleza desbordada de su esposa en un espacio
“peligroso”, nada neutro. Es el hombre que rebaza sus límites. Él cree tener
control y vemos como lo pierde y casi le cuesta la vida.
En el enfrentamiento final
entre él y ella, él solo podrá vencer a esa fuerza sin control cuando ejerza la
violencia. Paradójicamente, es una victoria de la razón desde la violencia. Es
la razón aplastando a los demonios del Cristianismo, pero que, sin embargo,
forman parte de la estructura básica de ese dogma de fe. Ataca una parte, pero
que en el fondo termina atacando al todo, ese todo que tiene una forma particular de entender y estructurar el mundo.
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