martes, 7 de julio de 2009


“Mi verdad en la cárcel”: el testimonio de Magaly Medina

Ha sido y es uno de los fenómenos editoriales más destacados del año (22 000 ejemplares vendidos), a pesar de ello, pocos se han detenido a revisarlo para hacer una descripción del mismo. Además, sin la intensión de serlo (ni por parte de Medina, ni por parte de editorial Planeta), se convierte en uno de los testimonios más vendidos de toda la tradición de este género en el Perú, es más que probable que sea el más vendido. Estas son algunas de las razones por las cuales me interesa comentar este texto, e indudablemente por que Magaly Medina lleva 12 años modelando el imaginario (el prejuicio, la moral, los códigos) de millones de peruanos.

Uno de los pocos que se ha detenido a revisar el testimonio de Medina ha sido Javier Agreda, pero falla en muchas de sus apreciaciones. Agreda define el estatuto del libro como crónica, cuando a claras luces es un testimonio, ¿por qué? Porque es una narración oral, se percibe claramente, en la cual se testimonia una experiencia que urge ser contada (“mi verdad en la cárcel”) y que ha pasado, y esta es la diferencia más destacada, por un proceso de transcripción. La crónica, si bien se puede basar en testimonios orales es después de todo una construcción discursiva de base escritural. El cronista, como es obvio, maneja la escritura; el testimoniante no; por eso testimonia. Precisamente, Agreda afirma que el libro está pésimamente escrito y dice: “Más aún, resulta evidente que el libro no ha sido “redactado” sino que es el resultado de la trascripción de algún testimonio verbal de Magaly Medina.” Entonces, el mismo autor deja claro el estatuto de libro sin siquiera saberlo y justamente si es resultado de una entrevista oral, no se le puede pedir lo que se le pide a un texto redactado: que se encuentre “bien escrito”. Es sabido que los códigos y las formas de la oralidad son diferentes a las formas de escritura (acumulativa, aglutinante, sin subordinación). Agreda descalifica el libro tildándolo de un producto informal. Creo que sobre esta idea subyace una forma muy limitada de concebir los discursos impresos: son buenos aquellos discursos que están “bien escritos” (una élite determina esto). Me pregunto dónde van a parar esos libros que no están “bien escritos” o son productos, como en este caso, de la transcripción oral.

Planeta, si quererlo, ha firmado un hito en la prolongada tradición testimonial en el Perú. Ha editado, más allá de la “calidad” que el género exige, el más popular de todos los testimonios que se han venido publicando desde hace más o menos cuarenta años. La tradición testimonial, se inicia con los trabajos de Matos Mar y José Sabogal Wiesse a fines de los sesentas; pero los testimonios que recogen las voces de mujeres podríamos decir que tiene su partida de nacimiento con la inclusión del testimonio de “Asunta” (esposa del personaje central) en el libro Gregorio Condori Mamani. Autobiografía (1977). El mismo Matos Mar en la segunda edición de Las barriadas de Lima 1957 (1977) publica un puñado de testimonios de mujeres migrantes. También podemos mencionar Cinturón de Castidad (1979), testimonios de tres mujeres anónimas acerca de su sexualidad en una sociedad tradicional y represiva como la peruana de mediados del siglo XX. En los ochentas tenemos el testimonio (inédito) de Julia Peralta, cantante folclórica cusqueña. En la presente década se suman Soy Señora. Testimonio de Irene Jara (2000), el testimonio colectivo Las hijas de Kavillaca (2003) y Koshi Shinanya Ainbo. El testimonio de una mujer shipiba. (2005).

Es sintomático que los testimonios con más frecuencia hayan recogido la voz de varones. Si se ha afirmado que el testimonio fue el género que ampliaba el espacio de enunciación para aquellas comunidades e identidades subalternizadas y arrebatadas de un espacio simbólico de participación; ha sido contradictorio, pero a la vez revelador, que la producción de testimonios en el Perú se haya centrado más en las figuras masculinas, dejando relegado a un lugar de subordinación a las voces femeninas; repitiendo, discursivamente, el doble grado de subalternidad al que siempre se encontraron expuestas las mujeres: ¿qué es peor, ser varón pobre o mujer pobre o incluso homosexual pobre? La respuesta es obvia. Es también trabajo pendiente, hasta la actualidad, los testimonios de minorías como la comunidad gay.

Retomando el testimonio de Magaly Medina, más allá del peculio y de la popularidad que demande la publicación de un libro exitoso, cuáles fueron las motivaciones de testimoniar sobre una experiencia límite como ir a dar a una prisión. Es obvio que Medina es una de las mujeres con más poder e influencia en el país, su voz, oralidad masmediatica (oralidad secundaria en términos de Walter Ong), es la antípoda de una voz subalterna. Incluso, una encuesta la eligió como una de “las voces” más influyentes en el Perú en el 2008. Por ello pienso que el hecho de caer en prisión condiciona su testimonio. Me explico, al ser recluida entro en un proceso de subalternidad nada imaginado por ella e incluso por sus seguidores y detractores. Sin la poderosa máquina de expresión de MagalyTeVe solo encontró en su revista (medio bastante limitado) un espacio discursivo para hacerse oír, o mejor dicho, hacerse leer esporádicamente a través de escuetas cartas. Lo más destacado de esta caída es que ahora Magaly Medina tenía que soportar la representación de otros: los periódicos. Lo que se supiera de ella (dentro de la cárcel), pasaría por el filtro de la implacable subjetividad e intereses de los tabloides. Golpe letal a alguien que ejerció esa misma licencia durante años. En este sentido, la televisión no hubiera sido el canal adecuado para contar y responder sobre su experiencia carcelaria y lo que ella entendía como un abuso de la justicia peruana. Urgía la necesidad de contar “su verdad” desde otro medio, responder desde el mismo medio que la había representado, quizá arbitrariamente, durante su estadía en Santa Mónica, este era el medio escrito pero, destaquemos, desde una base oral. Paradójicamente se responde desde un medio híbrido que es esencialmente oral (del tipo de oralidad que performa en su programa) pero bajo un formato escritural. Con la necesidad de representarse a sí misma y a partir de esta acción volver a recobrar ese poder tan esquivo durante su reclusión. Después de la resonancia de los ejemplares vendido es obvio que lo consiguió con creces.

Finalmente, al parecer las causas por las cuales se optara por un texto de base oral fue que Magaly Medina no manejaba con la misma soltura el discurso escrito. Había la necesidad de tener un tono confrontacional que fuera una verdadera respuesta a los discursos que se había construido en torno a su experiencia carcelaria, discursos provenientes desde los medios e incluso desde la instancia gubernamental. Además y no menos importante está la necesaria cuota de victimización. Estas necesarias estrategias discursivas van mostrando meridianamente como el testimonio es el espacio discursivo para las víctimas o por lo menos para quienes se consideran así. Resulta sugerente constatar como su oralidad explayada a lo largo del libro encuentra un tono adecuado para contar “su historia”, consiguiendo estos efectos. En las últimas líneas nos cuenta un poco de los sentimientos que la embargaron al recobrar su libertad: “Nadie tenía rostro. Nadie tenía cara. Estaba haciendo arrastrada por un tumulto y con las cámaras, como un astronauta que llega a la Luna. Y de verdad, en se momento quería expresar mi felicidad, pero no sabía cómo. Entonces me paré y abrí los brazos para agradecer a todo el mundo. ¡Había salido! ¡Estaba libre! ¡Mírenme todos los críticos, estoy aquí! ¡Mírenme, estoy aquí! La gente estaba emocionada. La gente lloraba por la calle.” (192). Y es que en algunas circunstancias siempre resulta más fácil hablar.

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