martes, 1 de junio de 2010

La cinta blanca



Este año La cinta blanca compitió (de Michel Haneke), junto con La teta austada y El secreto de sus ojos, por el Oscar. No ganó, pero vale la pena verla y pensarla. La historia transcurre en un pueblecito protestante del norte de Alemania en 1913, poco antes del inicio de la I Guerra Mundial. El barón, el capataz, el médico, el pastor, la comadrona tienen hijos que asisten al mismo colegio y participan del coro de la iglesia. Hechos violentos comienzan a sucederse y nadie da o no quiere dar con los responsables: la caída del doctor, el incendio del granero, la muerte del canario, la tortura de Sigi y del hijo down de la comadrona. Todo ello es rememorado por el profesor muchos años después. Él ve en los comportamientos represivos y violentos del pueblo síntomas de lo que vendría y se desencadenaría después, una devastadora guerra mundial.

Si algo marca el sino de los pequeños es la férrea educación protestante que aprisiona sus cuerpecillos en una brutal represión que solo desencadenará en violencia, pues no existe espacio para el diálogo, para la negociación solo una voz unidireccional totalizante. La única agencia de los niños es responder con violencia. Quizá la principal hipótesis de la película sea precisamente que los regímenes autoritarios, en una familia, en la sociedad o el estado, solo generan violencia como respuesta a esa misma violencia autoritaria.

Además, en los niños hay una exigencia alta de obediencia. Se grafica mejor esto en la familia del pastor que castiga con sadismo a sus hijos, por ejemplo la cinta blanca que les coloca en el brazo es como un estigma que ellos deben de cargar hasta recuperarse del pecado (recuerda a cinta que llevarían los judíos décadas después durante la II Guerra Mundial). El pastor se siente con autoridad máxima, es un hombre orgánicamente autoritario. Los hijos responden a través de una resistencia indirecta (trampa al doctor, muerte del pájaro, etc.).

La heterogeneidad de familias que se nos muestran (la familia del Barón, del pastor, del médico, del capataz, de los empleados) representan a través de un desplazamiento sinecdótico (parte-todo) a toda la sociedad alemana de principios del siglo XX. Por ello, la película tiene un espíritu altamente político, su premisa principal es obviamente los mecanismos como se construyeron los Estado-nación en Europa. En este sentido, el director pareciera plantear por oposición una nueva clase en emergencia que se diferencia del sistema gamonal-patriarcal antidemocrático del pueblo. Este espacio es representado por el banquero italiano del cual se enamora la Baronesa. Recordemos que ella y sus hijos parten a ese país, luego de la tortura a Sigi. Sigi elabora el duro trauma que le deja el maltrato de los otros niños con la ayuda del banquero (que suponemos no se tiene negado los sentimientos). La Baronesa menciona que una figura fundamental para esta recuperación de Sigi fue el banquero. El banquero representaría otro tipo de pensar la sociedad y el mundo, por oposición a la alemana, un espacio más democrático y modernizado. Además, por lo que cuenta la Baronesa, el banquero se permite tener sentimientos para curar a Sigi, lado imposible del Barón que como todos los hombres de la hacienda se tiene negado la ternura y la muestra de afectos a sus hijos y esposas. El Barón parece no entender nada cuando su esposa le dice que se ha vuelto a enamorar de este hombre diferente (al macho que es el Barón). A éste lo único que le interesa saber es si su mujer se acostó con el banquero. Como si la baronesa se fuese a ir por la forma en que le hizo el amor otro macho y que por tanto pone en duda su virilidad, su sistema patriarcal. La situación es más compleja que esa, por supuesto. Guiño sutil y estupendo de Haneke.

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