sábado, 6 de junio de 2009

La oscilación política de Sudamérica según Ernesto Laclau


El domingo 7 de junio el diario argentino Página 12 publicó una entrevista a Ernesto Laclau (especialista en filosofía política). Entrevista muy lúcida y aterrizada (sin un lenguaje académico de élites) sobre la realidad de los procesos políticos en Sudamérica. A partir de esta entrevista me resulta inevitable pensar en los diarios peruanos y la chatura de sus entrevistas de análisis político. Quizá esto se debe, entre otras razones, por un distanciamiento de lo intelectual, que no llega a conectar y hacerse entender en los medios masivos; y por el sesgo y prejuicio de los dueños de los medios al analizar el poder hegemónico que se está jugando en Latinoamérica. Un poder hegemónico que solo es visto mediocremente como el enfrentamiento entre buenos y malos y en los cuales se tilda, al tenor de Vargas Llosa, de dictadores y populistas a Evo, Chavez y Correa y de totalmente liberales y democráticos a García y Uribe. Cito fragmentos de la entrevista.

La oscilación entre el populismo y el institucionalismo:
Yo creo que todo gobierno político democrático –dice Laclau para romper el hielo, acaso desmarcándose del lugar común sobre los gobiernos de izquierda buenos y malos, dialoguistas y antagonistas, consensualistas y populistas del continente–, todo gobierno oscila entre dos polos. El polo de la movilización de masas, para que las demandas de las bases del sistema lleguen al aparato político y, si esto se basa en la movilización, tenemos una democracia de tipo populista. Y, del otro lado, tenemos la absorción individual de las demandas por parte de un aparato estatal expandido, y en ese caso tenemos el institucionalismo. Yo creo que todo régimen político democrático tiene dos polos extremos, el populismo y el institucionalismo. Y de alguna manera la estabilización de un régimen político tiene lugar en un punto intermedio de este continuo entre los dos polos. Se combinan momentos de institucionalismo y momentos de populismo. Por ejemplo, están las teorías institucionalistas puras como aquella que afirma que toda movilización de masas es por definición caótica, y que por consiguiente hay que reemplazar la política por la administración. Este era un lema que en el siglo XIX había lanzado Saint Simon: hay que pasar del gobierno de los hombres, que implicaba la movilización, a la administración de las cosas. Hay, de otro lado, toda la teoría política tradicional del positivismo latinoamericano, donde también había que reemplazar el momento popular de la movilización por la administración. El lema del general Roca era “Paz y Administración”. Y todavía se ve en la bandera brasileña la frase “Orden y Progreso”. De otro lado tenemos democracias populistas, simplemente porque el aparato institucional del Estado es incapaz por sí mismo de absorber las demandas que vienen de las bases. En este momento tenemos lo que hemos llamado sistemas de equivalencia, que implican el momento de la movilización, y que hoy las vemos como democracia nacional popular o populista.

Liberalismo y Democracia no son lo mismo:

Hay que ver que liberalismo y democracia no son términos que se impliquen mutuamente. A principios del siglo XIX en Europa, el liberalismo era una forma de Estado absolutamente aceptable. Había existido en Inglaterra desde fines del siglo XVII, y en Francia al menos desde 1830. Por tanto, era una forma respetable de organización estatal. Y, del otro lado, democracia era un término peyorativo, como lo es populismo hoy día. Porque se consideraba que era el gobierno de la turba. Y requirió todo un largo proceso en el siglo XIX de revoluciones y reacciones, para crear una articulación estable entre liberalismo y democracia. Al punto que hoy hablamos de regímenes liberales democráticos como si fueran lo mismo. Ahora, yo creo que esa articulación entre liberalismo y democracia nunca se dio en América latina enteramente. Porque en la segunda mitad del siglo XIX, los Estados oligárquicos adoptan como forma de organización el liberalismo, o sea que son gobiernos formalmente parlamentarios, con división de poderes, etc., pero a la vez eran regímenes que no absorbían en absoluto las demandas de las masas. De modo que cuando estas demandas se expanden y empiezan a presionar a las instituciones políticas, en las primeras tres décadas del siglo XX empieza a expresarse a través de formas nacional populares que son formalmente antiliberales.

Entonces esa distancia entre liberalismo y democracia no se elimina en la experiencia histórica de los pueblos latinoamericanos. En los últimos treinta años, como resultado de las dictaduras que golpean igualmente a la tradición liberal democrática y a la tradición nacional popular, comienza a ocurrir una cierta confluencia entre las dos. Ahora esa confluencia adopta la característica de estos regímenes de centroizquierda que tenemos hoy en día en el continente. Que ponen juntas las demandas populares de las bases del sistema que cristalizan lo nacional popular, y al mismo tiempo no ponen en cuestión las instituciones formales de la democracia liberal.

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