viernes, 20 de julio de 2007

El Testimonio latinoamericano como una nueva forma de representación.


El testimonio es un género literario contra hegemónico que intenta un espacio para la voz del “otro”, distinto, marginal y sin voz (las mayorías en América Latina). Durante las décadas del los setenta y ochenta, este inquietante género literario, produjo una reordenamiento en el campo de los estudios literarios.

El testimonio es una narración escrita, de carácter documental, su grado de validación se encuentra vinculado con nociones más de verdad que de verosimilitud, en oposición a textos canónicos como la novela o el cuento. Es decir, en el testimonio hay un fuerte componente jurídico, hay un compromiso de sinceridad. Como texto, expresa hechos e historias narradas, de manera oral, por un testimoniante(ese otro que no queremos ver y que son tildados de perfectos idiotas o salvajes) y editadas por un testimonialista (letrado). En relación a estos dos sujetos productores del discurso, cabe citar a Sklowoska: “El discurso del testigo no puede ser un reflejo de su experiencia, sino una refracción debida a las vicisitudes de la memoria, su intención, su ideología”. A esto se suma la intencionalidad y la ideología del autor-editor que “se sobreponen al texto original, creando más ambigüedades, silencios, lagunas en el proceso de selección, montaje y arreglo del material recopilado conforme a la forma literaria”.

El telón de fondo del testimonio es un contexto político y social de modernización, de trasformación de los parámetros críticos y teóricos, que produjo la revaloración o nueva lectura de fenómenos antes descuidados como son la oralidad y la problemática de le representación. Hugo Achugar, crítico uruguayo, apunta: “El testimonio […], en tanto registro de las barbaries realizadas en nombre del progreso, vendría a ser una escritura propia de la modernidad y, a la vez, se inscribiría en el proyecto de ilustración por su apuesta a la superación, moral y material, indefinida del hombre” En este sentido, el testimonio desplazó a la novela en la capacidad de representación de las situaciones sociales y políticas que vivía Latinoamérica a partir de la década del setenta y no sólo a nivel literario. Surge precisamente en el contexto de una crisis de representación de los viejos partidos políticos, incluidos los de izquierda y que tiene como corolario los diversos intentos revolucionarios en Latinoamérica.

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